
Un dato nuevo y que desequilibra es el que leo en el libro «Meses de incertidumbre y aversión. La ocupación chilena en Arequipa», del historiador arequipeño Herald Fuentes, sobre la invasión chilena en Arequipa en la Guerra del Pacífico.
Por: Dante Ramos de Rosas
Resulta que los hilos que manejaron el asesinato del expresidente Manuel Pardo llegaban a la esposa de Piérola, que luego fue presidente.
Hay fuentes que hablan de una venganza afectiva por parte de la esposa. Pardo y ella habían mantenido una relación. No es de extrañar, entonces, tanta distancia entre civilistas y pierolistas. Élites limeñas y regionales que no supieron hacer frente al Chile invasor. Se urdían crímenes de seda contra nuestro país.
El Perú quedó traumatizado, tanto física como moralmente, por la guerra. Y eso nos ha marcado hasta hoy, tanto en lo político como en lo deportivo.
Fuentes precisa que la periodización de la guerra abarca un tiempo de campaña ofensiva que va desde el inicio de la guerra en 1879 hasta la batalla de Arica el 7 de junio de 1880. Pero es necesario señalar que ese plazo tuvo al Perú completamente al revés. Estuvo a la defensiva porque, si hubiera sido lo contrario, habría tenido que reconquistar territorios o invadir desde Bolivia, lo que nunca sucedió.
El libro incluye abundante bibliografía y muchos pies de página que ilustran los vaivenes de los gobiernos que el país sufrió tanto en el norte como en el sur. El distrito de La Magdalena tuvo un gobierno provisional que funcionó como un pequeño baluarte en la figura del Dr. Francisco García Calderón.
El partido parlamentario del kepi rojo era la facción bélica y el partido pacifista quería firmar la paz. Se reunían en la Universidad San Agustín y en el Colegio de la Independencia Americana. El primero tenía su periódico, llamado «La Integridad», y el segundo, «La República». El partido guerrerista estaba compuesto por las clases trabajadoras. El partido pro paz estaba compuesto por comerciantes que se daban cuenta de que continuar la guerra conducía a un desangramiento económico y de vidas humanas. Ambos defendían sus posiciones con empeño y bravura.
El coronel Belisario Suárez fue alcalde de Arequipa. Fue nombrado jefe del Estado Mayor de los ejércitos y tuvo que dejar el mando a su teniente alcalde, el comerciante Diego Butrón. Butrón, en cambio, era pacifista. Suárez era partidario de la guerra. En medio de este debate, la ciudad navegaba sus vaivenes, mientras observaba cómo, en la cúspide del poder, los líderes discrepaban sobre la dirección que debía darse a los destinos patrios.
Fuentes realiza un gran esfuerzo historiográfico para dar a conocer un episodio poco difundido en textos escolares y universitarios sobre Arequipa en la guerra. El mote de «Ciudad blanca» se explica para dar a conocer los pormenores de la falta de combates, ya que, si algo gobernaba esos días, era la zozobra e incertidumbre causada por los bandazos y veleidades de los jefes políticos y militares que dirigían la ciudad del sillar.
Tanta fue la furia popular que el alcalde Butrón fue vejado y asesinado, ya que la población había votado a favor de la guerra en un cabildo abierto, pero esa voluntad no se respetó.
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Fuentes destaca el papel rebelde de distritos como Cayma y Sachaca, opuestos a los wayruros (así se les llamaba a los chilenos por sus uniformes negros con rojo). En Cayma hay un recordatorio del incidente de La Higuera, donde fueron fusilados cuatro paisanos. Una hoja de higuera evoca a los caídos.
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